12Oct
María ChehinNota

Abordar con seriedad el “team building” apunta a reconocer la complejidad y particularidad de cada equipo de trabajo, apostando a una estrategia que puede tardar en dar sus frutos, y entendiendo que la solución puede encontrarse pensando fuera de la caja.

La primera pregunta es: ¿qué nos perdimos? 

Podemos coincidir en que un grupo de trabajo se convierte en un equipo cuando la dinámica conjunta incluye: (1) pensar los mejores escenarios posibles para los proyectos en desarrollo, (2) evaluar críticamente esas opciones, y (3) identificar y resolver problemas potenciales y reales. Pero construir esto no es tan sencillo como se lee y, en muchos casos, nos encontramos con talentos que perdieron la motivación al advertir que, por fallas de liderazgo, las cosas marchan en la dirección equivocada y no ven posibilidades de cambio en el horizonte.

Es cierto que no siempre es posible articular este disconfort de forma individual, pero si se lo reconoce como un indicador de algo que se nos pasó por alto como equipo, es posible lograr que todos trabajen colaborativamente para develar lo crucial: ¿qué nos perdimos?

Ejercicio de inquietudes clave

Con la meta de revelar la raíz del problema o de la incomodidad, este tipo de dinámicas son un gran puntapié que permite a los integrantes conocerse mejor, escucharse de forma activa, y perseguir mejores resultados. Algunas de las principales preguntas a considerar son las siguientes: 

Plantear estas preguntas para descifrar los motivos de disconfort nos permite, a su vez, refinar nuestras intenciones, prioridades y pasos a seguir y, en suma, lleva a una toma de decisiones más inteligente y sustentada. Es precisamente esto lo que transforma los grupos en equipos cohesivos, sólidos.   

Metas parciales tangibles 

Lo cierto es que este enfoque requiere como condición sine qua non claridad en el proceso y establecer resultados intermedios que marquen un progreso perceptible, que permita avanzar y retroceder sin perder el enfoque. 

Frente a esta perspectiva, resulta decisivo evitar las discusiones erráticas, los avances esporádicos y el hablar una y otra vez sobre lo mismo de forma inconducente. Y es que, cuando se sabe perfectamente a lo que se apunta, resulta mucho más fácil retroceder uno o dos pasos, resolver el conflicto circunstancial o imprevisto, y avanzar sobre un progreso cimentado.

Concretamente, el giro de mentalidad de “grupo” a “equipo” no se produce tras una pep talk, por mejor que esta sea. Se trata de un proceso que, como vimos, incluye ser conscientes de que hay aspectos que se nos van a pasar por alto sobre los que, una vez identificados, tenemos que trabajar lo más pronto posible; que conforme avanzamos resulta fundamental hacernos preguntas que permitan ajustar y, de ser necesario, replantear el rumbo de un proyecto; y, por último, que tenemos que fijar metas intermedias que funcionen como ejes motivacionales para ir por más, siempre.       

María Chehín

Periodismo y Comunicación Institucional

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